Por: Tania Salazar, Diseñadora UC, cooperación y gestión cultural internacional.   Es común que entre los especialistas de la gestión se hable del valor como un intangible que tienen aquellos productos o servicios que buscan un lugar en el mercado diferenciándose de su competencia, valores que los hacen reconocibles por sus clientes y que finalmente son parte importante de la garantía de sustentabilidad, especialmente cuando afecta positivamente en el precio final. El valor que tiene un producto lo asigna un determinado grupo cultural, o nicho de mercado, es así como en el caso de las artesanías es común que existan ciertas dificultades o incongruencias cuando se intenta definir en qué elementos se deposita el valor y aun más cuando, con las mejores intenciones, se intenta “agregar valor” Por ejemplo, el valor de una llijlla[1] dentro de su comunidad radica en la utilidad y al mismo tiempo, el simbolismo que contiene la forma en que los colores se ordenan en la composición final del textil. Sin embargo, al sacarla de contexto y llevarla a otro grupo humano, se hace visible el valor cultural, del conocimiento y del saber hacer que no existe en otros lugares. Ahí está la dicotomía entre la asignación de valor de quien produce una artesanía y de quien la consume y la compra. Para el productor en general el valor de sus objetos radica en que se hacen con las manos, en una clara relevancia al proceso productivo y en algunas ocasiones también, a la creación de formas “originales” y distintas. Sin embargo, muchas veces estas condiciones no son valores únicos de las artesanías y la demanda asigna otro tipo de valores a los productos como la identificación con un territorio, las materias primas e incluso una estética de “imperfecciones” que la hace más humana, aún se vincula lo artesanal con una forma precaria de producción.  Estas diferencias se ven reflejadas en el precio de los objetos artesanales, muy altos o muy bajos según corresponda. No hay que olvidar que el valor, si bien se puede agregar, lo que se hace con las artesanías es hacerlo visible, con el objeto de entregar información al consumidor que le permita situarse en el contexto y en el entorno de la primera etapa de la cadena, donde el artesano crea y produce el objeto, es ahí donde las visiones convergen y son capaces de asignarle un valor similar al objeto final. Desde el fomento de la artesanía como industria creativa, no basta con “el trabajo a mano”, claro está que el artesano debe ser capaz de relevar o incluso asignar valor complementario a su producción, más allá de lo comercial (que se venda) sino más bien desde los atributos culturales: qué estoy siendo capaz de comunicar y qué me hace diferente de los otros.         [1] Manta tejida a telar de cuatro estacas que se realiza tradicionalmente por el pueblo Aymara en la zona de los Andes.