Viajé a Bogotá, Colombia, para visitar y recorrer la edición nº 24 de Expoartesanías, una de las ferias de artesanías más importantes de Latinoamérica. Organizada por Artesanías de Colombia junto a Corferias, tuvo lugar del 5 al 18 de diciembre pasado. Convocó a más de 700 expositores de diferentes regiones de Colombia y también participaron 19 países mostrando sus piezas más representativas.

Durante tres días estuve explorando la feria, observando con detenimiento las diferentes propuestas de cada uno de los cinco pabellones que fueron montados para esta edición. Fue un encuentro único y privilegiado con artesanos de comunidades originarias, rurales, jóvenes talentos y creadores urbanos. En un solo lugar pude tener un acercamiento a esta vastísima cultura y al legado que ha trascendido los siglos.

En mi recorrido pasé por el sector donde estaban expuestas piezas de los maestros del arte popular colombiano. Allí me quedé varios minutos admirando la belleza y excelencia de estas obras. Mi sorpresa fue que varios estaban presentes en Expoartesanías. Tuve la oportunidad de conocer personalmente a dos de ellos y escuchar sus historias.

 Marcial Montalvo

Lleva colgada en su pecho la medalla a la maestría artesanal. También tiene puesto un sombrero vueltiao, artesanía emblemática del país y símbolo de su pueblo. El maestro Marcial Montalvo es del departamento de Córdoba, municipio de Tuchín, “capital mundial del sombrero fino vueltiao”. Tiene seis hijos. Ha trabajado toda su vida con la caña flecha, un oficio que heredó de sus antepasados. “Yo tuve la gran oportunidad de aprender y enseñar a toda una familia a trenzar la caña flecha. Es lo que nos identifica y representa como indígenas y como artesanos”, dice don Marcial.

En su pueblo todos aprenden la tejeduría en con esta fibra vegetal, “allá no hay empresas, no hay ganadería. Nuestro trabajo en la región es pura caña flecha. Es la que nos da el sustento para educar a nuestra familia y para darnos a conocer”, asegura.

“La caña flecha es muy frágil para lo que uno quiere hacer con ella”, explica el maestro. El sombrero surgió para proteger de los rayos del sol a los hombres que trabajan la agricultura en el monte. Los colores originales siempre fueron el natural y el negro. Y desde hace unos años se comenzaron a utilizar otros tonos, principalmente los de la bandera colombiana.

“Hace unos 30 o 40 años la caña flecha era silvestre y había pequeños cultivos. Después, con el crecimiento del comercio hubo que cultivarla”, comenta mi entrevistado.

Desde el año 91 el maestro está presente en Expoartesanías. Mientras conversamos, dos de sus hijos escuchan atentos: “mi deseo es seguir enseñando y lograr un mejor nivel de vida como artesanos. Los que hemos salido adelante hemos tenido un gran apoyo de Artesanías de Colombia, de la Gobernación y del Ministerio de Cultura. Pero hay otras personas que desean salir y así como yo lo hice ellos también pueden hacerlo”.

Julia Castillo

Está sentada en su puesto de la feria. Me recibe sonriente. Alrededor suyo están sus famosas gallinitas de barro. Me mira con ojos amables mientras me cuenta cómo fueron sus comienzos con la arcilla, hace ya 38 años. La voz de doña Julia Castillo es dulce. Habla pausado. Es oriunda de Guaduas, la ciudad donde nació la heroína de la independencia colombiana,  Policarpa Salavarrieta.

Me comenta que por circunstancias económicas se encontró con este oficio. Ella vivía  en una finca. La invitaron a hacer un curso de cerámica que duró ocho horas. “Me gustó mucho ese contacto con la tierra y allí comencé a crear y a formar vasijas. Luego hice teteras, lecheras, pocillos, platos, azucareras, todo en pequeñas dimensiones”.  Después, sus piezas fueron creciendo en tamaño. Un día, mientras amasaba el barro, por su casa se paseaban las gallinas y una camada de pollitos. Uno se sentó sobre su pie, Julia lo miró y empezó a diseñarlo y a darle forma con la arcilla que tenía en sus manos. Ahí comenzó la historia de sus populares gallinas. Primero las hacía pequeñas como perfumeros, después fueron saleros y aceiteras, también vinagreras y de pronto se hicieron más grandes, “y cree las gallinas soperas”. Doña Julia asa sus piezas con leña, “y la leña me da los colores. El brillo de la tapa lo consigo frotándola con una piedra ”,  relata.

“Me encanta enseñar y transmitir lo que yo sé a los niños, a las mujeres cabeza de familia. Es muy bonito darle a la comunidad lo que una sabe para que esto no perezca”.

Recomendación: La nueva edición del libro Maestros del arte popular colombiano